sábado, 27 de febrero de 2010

El expresionismo alemán (Die Brucke)

Ernst Ludwig Kirchner


Karl Schmidt-Rottluff

Antes de comenzar a comentar sobre el expresionismo, y más allá de su origen, debemos tener presente que por encima de un movimiento artístico está el hecho de que el expresionismo es una actitud en donde las emociones del artista son las que van a determinar el uso de formas y colores.

En el año 1905, un grupo de jóvenes artistas alemanes compuestos por Ernst Ludwig Kirchner, Fritz Bleyl, Erich Heckel y Karl Schmidt-Rottluff, entre otros, crearon Die Brucke (El Puente) en la ciudad alemana de Dresde. El Puente fue el primer grupo artístico al que se le atribuye la creación del llamado Expresionismo Alemán. Movimiento estético de innumerables ramificaciones y matices que fue influenciado por la pintura de los post-impresionistas Vincent Van Gogh y Paul Gauguin.

Es con los expresionistas donde la pincelada se hace violenta, empastada y agresiva en un escenario de intenso dramatismo. Aquí sus personajes más que seres humanos son seres de formas retorcidas que se mueven en composiciones agresivas con colores fuertes y puros en donde la luz y la perspectiva son alteradas con toda intención para que así predomine el sentimiento sobre el pensamiento, pues estos artistas expresionistas no pretenden por medio de sus trabajos ni describir situaciones ni hacer literatura, sino expresar emociones tan intensas que, en ocasiones, llegan a deformaciones en los personajes, que pueden parecernos excesivas, en sus afanes de expresar angustiosos sentimientos, pues es la angustia existencial del hombre el eje fundamental en una manifestación estética en donde el color, emparentado con el fauvismo por el uso de tintas intensas y contrastadas, perdió toda la intención decorativa de los fauves.

La filosofía de los expresionistas era la de lograr un trabajo en equipo, con un lenguaje en común, frente a la idea del ansia individual y estética del artista. “Es de los nuestros aquel que desea crear sin falseamiento alguno”, decían, a la vez que proclamaban, haciendo referencia al pensamiento de Nietsche: “La vocación del ser humano es de tránsito y nunca de meta”.

lunes, 22 de febrero de 2010

La paloma


Cuando oigo hablar de palomas, y sobre todo de las blancas, lo primero que me viene a la mente es la paloma como símbolo del Espíritu Santo, o la pureza y sencillez que ella representa. Otras veces la asocio como la portadora de la rama de olivo, es decir, de la paz y la armonía.

Pero en aquella extraña ocasión, al ver aquella paloma muerta y tendida en un camino, vinieron a mi mente dos imágenes que nada tenían que ver con las anteriores. La primera era la paloma como representante del alma del justo, mientras la otra se refería al sacrificio de la misma como objeto de expiación de la ignorancia y la negligencia.

Todos estos pensamientos, más el terrible espectáculo de esa paloma que desguasada y ensangrentada apareció de la nada en medio de un estrecho camino. Me hizo pensar si acaso era yo el justo o el ignorante y negligente, del que hacían referencia viejos textos teológicos. Y allí estaba expiando una culpa la cual no recordaba.

En medio de esas cavilaciones se oyó el tronar de una voz que nos conminaba a detenernos. La cuerda de hombres se detuvo al instante, pues experiencias anteriores nos habían enseñado que cuando el “combatiente” ordenaba algo, lo más prudente era obedecer.

Una vez que nuestro grupo se detuvo vimos como el “combatiente” o “conductor”, como le gustaba que lo llamaran, pasó raudo a través de nosotros, mientras varios de los “suyos” nos rodeaban.

Allí, detenidos bajo el inclemente sol tropical, sucios y llenos del peor temor, ese que se intuye, pero no se ve. Me percaté de que el objeto de toda esa maniobra era producto de los restos de la paloma que, tendida en el camino, con sus alas abiertas parecía indicar que no debíamos pasar.

Justo a unos pocos metros de distancia del premonitorio cadaver nos detuvimos y vimos como el “combatiente” se paró en seco mientras que, a prudente distancia de la paloma y ligeramente inclinado sobre la misma, la miraba arqueando las cejas, mientras sus manos mostraban un leve temblor.

En ese instante comprendimos que el “conductor” se moría de miedo y vacilaba en continuar la marcha. Todo el entrenamiendo recibido durante años, dentro de una ortodoxa educación, totalmente ajena a él, se estrellaba al ser confrontado por una situación contraria a su legado cultural. Y en un instante todos pudimos ver operarse en él algo así como el regreso a sus raices.

Inmediatamente se dio la vuelta y con un breve gesto de su mano nos comunicó que marcháramos, pero esta vez en sentido contrario. Alegres y casi al borde de la euforia, pero en silencio comenzamos a andar sobre nuestras huellas. Sabiendo que al menos hoy nos habíamos librado de un oscuro final, pues más tarde alguien dijo: “del sendero de la paloma no hay retorno”.

Roberto Cayuso

viernes, 19 de febrero de 2010

Luis Miguel Rodríguez



Prisionero de su Imaginación, es un documental que trata de la vida y el arte de Luis Miguel, que ha sabido llevar a su pintura elementos del folclor cubano expresado a través de campesinos, pescadores y leyendas.

Es un creador que siente una especial predilección por los temas relacionados con el mar y todo aquello que excite su imaginación, pues casi nada le es ajeno a este artista que se alimenta de recuerdos y del panorama que a diario lo rodea, lejos de su natal Regla.

En este documental, de quince minutos de duración, que hoy ponemos a la consideración del gran público. Hemos querido mostrar una parte fundamental de la obra de Luis Miguel. En la que nos enseña su capacidad en la ejecución de los más disímiles temas, muchos de ellos vistos desde una óptica surrealista, donde nos cuenta su vida, su obra y sus sueños.

Este documental ha sido dirigido y editado por Roberto Cayuso, para Art Works Productions.

lunes, 15 de febrero de 2010

Duchamp y los "Ready-made"

Francis Picabia

Marcel Duchamp

Probablemente una de las más importantes contribuciones al arte moderno, y de manera especial con el movimiento “dada”, fue la desacralización de mucho de lo que hasta entonces se había considerado sagrado. Abrió las puertas a la imaginación de un grupo de jóvenes artistas que quitaron el polvo a viejos conceptos y esquemas anteriores.

Con ellos, y por primera vez, ciertos objetos industriales perdieron el carácter utilitario, para el cual fueron creados, y se convirtieron en elementos artísticos, al ser sustraídos de su función original y colocados en museos o galerías. Lo cual Duchamp, uno de los más importantes miembros del movimiento “dada”, al referirse a ellos los llamó “Ready-made” . De los cuales dijo: “no son más que objetos usuales promovidos a la dignidad de objetos de arte por la simple elección del artista”.

Ejemplo de esto lo tenemos en la obra “Urinario”, de Marcel Duchamp, que participó en una exhibición de artistas independientes de la galeria Gran Central de New York, en 1917. La obra en cuestión era un real urinario que Duchamp, firmó con el nombre de su fabricante (R. Mutt) y expuso en dicha galería de manera invertida, para así disipar cualquier duda de que su nuevo “uso” era estrictamente estético.

Artistas como Duchamp y Picabia, entre otros, fueron de los primeros en hacernos ver las posibilidades artísticas del objeto industrial. Nos enseñaron que entre la bacinilla de Napoleón, realizada por un famoso orfebre de la época, y el urinario manufacturado industrialmente en la actualidad. La única diferencia real radicaba en que el primero era pieza única, mientras que el otro era producto de la masividad.

Aprendimos con ellos a apreciar la belleza del objeto industrial, que ya habían visto los futuristas. Mientras Picabia, con sus “máquinas complicadas”, ridiculizaba el tecnicismo al revelarnos un nuevo tipo de belleza: la belleza industrial.

Belleza similar a la que Marinetti, teórico del movimiento futurista, hace referencia en su Manifiesto de la poesía futurista, de 1909. Cuando nos dice: “Nosotros afirmamos que la magnificencia del mundo se ha enriquecido de una belleza nueva: la belleza de la velocidad. Un automóvil de carreras, con su radiador adornado de gruesos tubos parecidos a serpientes de aliento explosivo…, un automóvil que ruge, que parece correr sobre la metralla, es más bello que la Victoria de Samotracia”.

Roberto Cayuso

martes, 9 de febrero de 2010

El arte en lo cotidiano



El arte y la vida han estado siempre indisolublemente unidos, pero aún así hay quienes piensan que el arte es cosa de otros y dicen que a ellos simplemente no les atañe, pues infieren que el no conocer de arte, les priva del derecho a opinar sobre tan “sesudo” tema.

Los que así piensan, y son más frecuentes de lo que somos capaces de imaginar, no han comprendido que dentro de cada uno de nosotros, independientemente de la modestia de nuestras vidas, hay un artista, es decir, alguien que a diario toma decisiones estéticas.

Cada mañana comienza nuestra vida artística con el simple acto de seleccionar y combinar las diferentes prendas de vestir que vamos a usar ese día. Es una operación tan rutinaria como diaria, de la que no siempre nos percatamos de que, con esa selección de colores y diseños, estamos tomando decisiones tan artísticas como las del pintor en el momento de escoger los colores para esa nueva obra que recién comienza.

Cuando decidimos, por ejemplo, comprar ese mantel con el que cubrir nuestra mesa; de pronto nos vemos decidiendo el color, el diseño, o si es a cuadros, o simplemente geométrico. Inmediatamente pensamos en el entorno donde vamos a colocarlo y esto nos ayuda a tomar una decisión final. En la que la utilidad del mantel-objeto pierde la relevancia inicial y pasamos a conferirle más importancia a su belleza formal e interacción con los colores y formas de los otros objetos presentes en el lugar escogido.

Cuando damos color y formas a nosotros, a nuestras casas y nuestro entorno. Estamos haciendo arte. Vivimos rodeados de diseños, de todo tipo, que compiten en belleza y colorido. Ese es el caso de los frascos de perfumes, los envases para dentífricos y hasta el de los alimentos empaquetados, por citar unos pocos.

Tanto fabricantes como productores, tratan de hacer más atractiva la presentacion de sus productos, con independencia a otras consideraciones, pues la belleza del diseño y el color, venga de donde venga, siempre van a encontrar entre nosotros una muy cálida acogida para satisfacer esa sempiterna necesidad de arte que vive y se expresa en cada uno de nosotros.

Roberto Cayuso

jueves, 4 de febrero de 2010

El gran escenario

"Más tarde o más temprano"

"La falsa cherna"

"Por unos huevos de más"

Los personajes que pueblan las obras de Crespo, tal parecen escapados de la “Comedia Humana” de Balzac; pero en un contexto actualizado, en donde sus “criaturas” nos van a narrar plásticamente historias en las que muchas veces la burla se vuelve escarnio. Todo esto enmarcado en un ambiente mágico, y de aparente feria, donde es fácil ver la máscara, los saltimbanquis y los bufones de la propia vida. En obras donde vivencias propia y ajenas se fusionan para producir la materia prima de las que se vale este artista para conformar cada una de las piezas que nos entrega y con las que logra desconcertantes planteamientos ante los cuales al no saber si reir o llorar, optamos por pensar.

Nada escapa a la pupila inquieta de este creador, en su afán por mostrarnos lo que hay de irracional en la conducta humana y sobre todo de ese gran juego que de la vida, algunos hacen y del que Crespo, es un maestro. Es un artista expresionista, imaginativo y moderno, que no caricaturiza a sus personajes; sino que hace caricaturas de la vida. No vino al arte para hacernos cuentos ni a entretenernos. Vino a decirnos la verdad del alma desgarrada de esos seres de su entorno y de su pueblo, que se mueven en cada una de sus obras en un ambiente de aparente feria y jolgorio.

Para lograr todo este universo mágico, de situaciones suprarreales, se vale Crespo de un dibujo incisivo y cortante donde la línea, y no el color, es el actor principal de esta puesta en escena que hace en el gran teatro que es toda su obra. Reflejo de su propia vida, donde no faltan ni los cambiantes telones de fondo.

Roberto J. Cayuso