miércoles, 12 de septiembre de 2012

Baiguana: Variaciones de una leyenda cubana


“Cierta dulce y amable dignidad la investía 
de no sé qué prestigio lejano y singular. 
Más que muchas princesas, princesa parecía...”
   
“Gratia plena” por Amado Nervo  (fragmento)

Baiguana                                               Obra de Luis Torres

Desde siempre cada vez que iba a la provincia de Matanzas no podía dejar de visitar a una discreta montaña conocida como el Pan de Matanzas, que con sus 382 metros de altura, la más alta de la provincia, parecía dominarlo todo y más, pues ejercía en mí una extraña fascinación de la que nunca me he podido apartar. Pasaba las horas mirando aquella figura en piedra que desafiante y altiva yacía coronando el promontorio del que contaba una secular leyenda se trataba del cuerpo de Baiguana, joven y autóctona belleza del Yucayo, que según viejos manuscritos era la la más pura e imponderable belleza en proporción y armonía de la que nos hablan los poetas.

Cuenta la leyenda prehispánica que la joven Baiguana, enamorada de la vida y la belleza, era pródiga en dar su afecto a todo el que lo pretendía, pues ella al igual que todos los seres sensibles era generosa en dar amor. Mas el cacique Macuaní, que en múltiples ocasiones pretendió a la bella Baiguana, sin lograrlo jamás y llenó de celos, torvos pensamientos y sentimientos de la peor especie, comenzó a urdir un plan para hacer creer a los miembros de la tribu que la bella Baiguana, con sus supuestos escarceos amorosos entre los más jóvenes y ardientes guerreros a los que, según él, hacía enloquecer de pasión turbando sus sentidos y logrando que abandonaran sus deberes, ponía en peligro el futuro inmediato de la tribu.

Puso el cacique Macuaní su plan en marcha y rodeado de sus mejores chamanes se dirigió al río Canimao, para pretender allí hablar con el dios Baguá. Al amparo de la más oscura soledad y rodeado de sus más fieles acólitos a la orilla del río y tras una inmesa piedra, que todavía se conserva como mudo testigo de una de las más grandes historias de traición y muerte, fue concebido el horrendo crimen.

Al día siguiente le fue dado a la bella Baiguana un pescado preparado de la más exquisita manera y ella, sin sospechar que el suculento manjar escondía un poderoso veneno, comió del mismo y casi de inmediato su vida se apagó sobre el petreo lecho que coronaba la elevación. Al día siguiente nadie volvió a ver a la bella Baiguana, pero si todos los habitantes del Yucayo, y más allá, vieron alzarse coronando la cumbre de la montaña el cuerpo de una mujer que parece dormir. Otras veces cuentan que en lo más espeso del bosque, en ciertos días del año, se ha visto el rostro de una bella mujer que nos sonrie, mientras el viento parece mecerla entre los árboles.

Roberto Cayuso

lunes, 16 de enero de 2012

Recuerdos de La Habana

Ciudad de La Habana


Catedral de La Habana


Arcadio Cancio

Si miramos con detenimiento la pintura de Cancio y pensamos en la ciudad de La Habana, nos vamos a percatar de inmediato de un cierto paralelo entre ambas. Por un lado La Habana, según palabras de Alejo Carpentier, -nace de la superposición de estilos diferentes e innovados en donde poco a poco, de lo abigarrado, de lo entremezclado, de lo encajado en realidades distintas, han ido surgiendo las constantes de un empaque general que en la actualidad distingue a La Habana de otras ciudades del continente-.

Por otra parte la pintura de Arcadio Cancio, al igual que La Habana, está formada de estilos tan diferentes con los que crea una manera de hacer que además de muy personal lo ubica dentro de una corriente estilística que hoy conocemos como la Escuela de La Habana. En la construcción que Cancio hace de sus cuadros vemos una fusión entre elementos del arte barroco y el gótico, expresados con una perspectiva cubista donde los planos de color nos llegan unas veces por superposición y otras por degradación del color.

En cada pintura de Cancio hay un homenaje a su ciudad. Eso lo vemos en la costrucción de cada uno de sus cuadros de exteriores donde vemos toda una suerte de columnas de estilizados fustes y gloriosos capiteles en los que se mezclan con balcones y coloridos vitrales de medio punto como aquellos que etenuaban la luz en las casonas habaneras. Arcos y enrejados pasan de ser elementos arquitectónicos para convertirse en magia fluída de color, luz y sombras.

En el centro de todo ese espectáculo de abigarradas formas y colores resalta la mujer como eje central en muchas de sus obras. En ocasiones desnudas, pero sin erotismo flotan en el gran escenario que Cancio les prepara. Otras veces aparecen vestidas con extraños ropajes de exhuberantes colores donde conversan mientras descansan en remedos de comadritas como buscando alivio en la frescura del interior del inclemente sol tropical.

Al igual que el aroma de ciertas fragancias tienen la virtud de despertar recuerdos que el tiempo sepultó en nuestra memoria. La pintura de Cancio despierta en el espectador recuerdos de vivencias que no podemos precisar si fueron reales o imaginadas. Esa es la magia de un creador de sueños hechos realidades y capaces de transportarnos a través de nuestros recuerdos hacia paisajes que más que vividos son sentidos.

Roberto Cayuso