domingo, 9 de enero de 2011

La pintura cubana (segunda parte)


Es a partir de los años 30’ que se inicia el gran auge de la pintura moderna cubana. Desde entonces empezó un aumento, nunca antes visto, de las mejores y cada vez más frecuentes exposiciones en Cuba y el extranjero. Todo este inusitado movimiento cultural corría a la par de la salida de nuevas revistas de arte, literatura y publicaciones de todo tipo que van a fomentar el interés por lo que en Cuba estaban haciendo sus más jóvenes creadores. Empezaron a surgir coleccionistas del “arte nuevo” como lo fueron Bruno Gavica, Ramirez Corría, Luis de Soto, Lidia Cabrera y otros tantos, que iban a contribuir a despertar, con sus acciones, no sólo a los “oficiosos” de la cultura cubana de su “amodorramiento oficial”; sino que van a lograr traer un inusitado interés por un arte que recién nacía.

Sin hablar de la Primera exposición de arte nuevo, 1927 de la Revista de Avance en la Asociación de Pintores y Escultores de La Habana, Cuba, de la que ya hicimos referencia en la primera parte de este artículo, al año siguiente (1928) se realizó la Exposición Nacional de Bellas Artes y Décimotercer Salón Anual de Bellas Artes en el antiguo edificio del colegio de Belén en La Habana, Cuba. En esta muestra se dieron cita artistas representantes de la "vieja academia” como lo fueron Esteban Domenech, Enrique García Cabrera, Adriana Billini, Concha Ferrant, etc. Mientras la corriente modernista estaba representada por figuras de la talla de Víctor Manuel, Eduardo Abela, Antonio Gattorno y otros que se iban a convertir pocos años después en verdadero estandartes del primer movimiento modernista cubano.

A principios de la década de los 30’ (1935) se realiza La I Exposición Nacional de Pintura y Escultura en el Colegio de Arquitectos de de La Habana, Cuba. Donde se consolida, aún más lo “nuevo”. Aparecen creadores de la “vanguardia” como Jorge Arche, Arístides Fernández, Felipe Orlando, Amelia Peláez, Ponce, Carlos Enríquez, René Portocarrero, etc., junto a artistas representantes de la “academia” : Emilio Rivero Merlín, Gumersindo Barea, Ramón Loy, Mariano Miguel, etc. Cabe destacar, como dato curioso, que en esta muestra el salón de exposición se dividió en dos; en una parte estaba la pintura más “conservadora” mientras que en la otra se colocaron las obras de los llamados “vanguardistas”. Suceso que parecía sacado de ese viejo refrán popular que dice: “Juntos, pero no revueltos”.

La realidadad es que con ésta exposición se inició el camino para otros “Salones Nacionales” donde serían premiadas obras y artistas”. Posteriormente se sucedieron “Salones” similares que, aunque no fueron realizados de manera consecutiva; sino con irregularidad sirvieron para premiar el talento joven e ir cohesionando un arte más espontáneo y a tono con lo que estaba sucediendo en la capital del arte, por ese entonces, París. Un arte ejecutado con formas y maneras europeas, pero realizado desde presupuestos nacionales como lo fueron el campo cubano y sus míticos personajes. Tenemos el caso del negro cubano con toda esa carga de sincretismo religioso que produjo y aún produce algunas de las más hermosas leyendas plásticas del arte cubano. Al campesino cubano lo vamos a ver desde una óptica mucho más a tono con la realidad, mientras que el paisaje que lo envuelve se va a tornar mas naïf y transparente. La nueva manera de hacer arte está transformando el panorama plástico nacional. La arquitectura colonial, en la pintura de Amelia Peláez, se hizo línea y fluidez de color. La dura línea de piedra y el abigarrado barroquismo se tornaron tan suaves como el pliegue de un pañuelo de seda, mientras el color quedó atrapado entre vitrales y medio puntos para volverse el color de Cuba.

Así fue naciendo la pintura cubana, tan lenta como un largo bostezo americano fue su despertar tras el cual y luego de ingentes trabajos, incontables sacrificios y no menos frustraciones, fue naciendo un nuevo estilo, una nueva manera de hacer que la hizo diferente a otras y le dio fisonomía propia y un nombre: La Escuela de La Habana.

Roberto Cayuso

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