domingo, 31 de enero de 2010

Tomás Sánchez




Cuando nos situamos como espectadores ante un grupo de cuadros de Tomás Sánchez, lo primero que uno comprende es que está contemplando algo que va más allá del dominio absoluto del oficio de pintor. No es cuestionable algo que se patentiza con tanta fuerza a la vista de unos pocos cuadros suyos: el uso de la perspectiva, la euritmia, el equilibrio de las masas, la aplicación del color, etc. Los maneja magistralmente y son, sin duda, las herramientas de la creatividad de este pintor, heredero del rico legado paisajistico finisecular cubano.

Si tenemos la oportunidad de ver un numeroso grupo de cuadros de Sánchez. Lo primero que salta a la vista son las dos grandes vertientes temáticas por donde transcurre la mayor parte de su pintura, pues son muy pocas las que verdaderamente se apartan de los temas que lo caracterizan y que de inmediato trataremos.

Comenzamos temprano en la década de los setenta, con un Tomás decididamente expresionista que nos recuerda a Ensor y Munch, pero sin la paleta oscura y terrosa del primero en sus comienzos. Al igual que Munch, su obra gira en torno al drama del hombre y su angustia existencial, aunque por diferentes caminos, pues en esta etapa de su pintura hay un alegre sarcasmo en los temas de Sánchez, acentuados por el deliberado “feismo” formal de sus personajes.

En el caso de Tomás, el expresionismo es algo más que un movimiento estilístico; es una actitud manifestada reiteradamente a lo largo de la historia del arte y que utilizó, al igual que muchos de sus predecesores, para expresarse de la realidad del medio circundante, pero sin acidez vitriólica, nos entrega un escenario donde la mascarada, la soledad, la locura o la muerte son la única realidad posible.

Durante esa etapa cabe notar el uso que hace del color, un poco a lo “fauve” por la aplicación del color puro y la mancha de color plano que podemos observar en muchas obras de este período. Así como el color local que en ocasiones resulta arbitrario y donde no siempre se halla contenido dentro de los bordes de la forma. Rechazo total de la armonía clásica y una renuncia al color que le suponemos a objetos cotidianos de nuestro mundo circundante. Son algunas de las características que dan fisonomía propia a su pintura.

En plena etapa expresionista, de acuerdo sus propias palabras, se comienza a vislumbrar con su cuadro “Excursión al natural,” de 1973, el tránsito hacia el paisajismo, pero no abandona el expresionismo hasta años más tarde y no de manera abrupta; sino por espontánea evolución en su manera de ver. Por algunos años como que mantiene un viaje itinerante estilístico entre el expresionismo y el paisajismo. Hasta llegado un momento en su obra donde ya no se entremezclan los estilos y permanence sólo el paisaje, su paisaje, lo que equivale a decir: el de sus recuerdos, el de sus sueños. No el de la interpretación del mundo real; real sí, pero a la manera de Carpentier: de lo real maravilloso.

En más de una ocasión se ha tratado de encasillar la obra plástica de Tomás, dentro del “hiperrealismo” o “fotorrealismo”, lo cual dista mucho de ser cierto, pues el paisaje suyo no tiene la frialdad de la copia fotográfica en todo su detalle y luego llevada al lienzo. Por el contrario sus pinturas nunca son copias fieles de reproducciones. Es meticuloso al pintar el detalle; pero detalle de un mundo íntimo, pensado y re-creado, donde no importan las leyes que rigen la naturaleza, pues éstas no cuentan en el gran momento de su creación.

Cuando miramos uno de los paisajes de Tomás, trátese de basureros o interpretaciones de la naturaleza, lo primero que nos impresiona es la sobrecogedora grandiosidad del tema y luego el tratamiento que hace del mismo. Donde casi podemos contra las hojas de los árboles y las ondas a las aguas. Sus nubes semejan trozos de algodón desgarrados y mecidos por el viento; creando una exquisita sinfonía de luces y colores, sin descuidar el más mínimo detalle, por pequeño que resulte, nos entrega una obra de un fuerte lirismo e insospechadas añoranzas.

El elemento humano, muchas veces presente en sus paisajes, nos muestra la preocupación del artista ante la dicotomía del hombre y la naturaleza. Muchos títulos de sus cuadros confirman nuestro criterio: Camino a la cima, Meditación en un signo de agua, etc. Son algunas muestras del compromiso del artista por un mundo mejor. En sus paisajes-basureros, a los que llama –paisajes contaminados por el hombre-, es donde esto se aprecia mejor, pues aquí el lenguaje plástico es más directo y patético; ante la visión, por ejemplo, de unos bidones derramando un líquido viscoso sobre la tierra en un inmenso basurero. O cuando nos muestra orillas devenidas en basureros y basureros convertidos en pueblos. Hasta a Cristo lo hallamos crucificado en un basurero, en clara alusión a la despreocupación del hombre por su habitat. El artista nos lanza un grito desgarrador en el que parece advertirnos sobre la inminencia de un desastre ecológico, si no hacemos algo por evitarlo.

En cierta ocasión y en referencia a sus paisajes, Sánchez dijo: -Me satisface la relación silenciosa entre el hombre y el medio. Me interesa mucho el tema de la naturaleza limpia, sin contaminar. El hombre todavía no ha aprendido a vivir en la naturaleza sin destruirla. Ha mantenido con ella una relación de dominio. No la ha trabajado de manera constructiva-.

Por todo lo antes señalado es fácil entender el abismo que separa a Tomás, de otros paisajistas y no tanto en el aspecto formal; sino en la intención o espíritu que llevan impresas sus obras, pues son capaces de transmitir un cálido mensaje que trasciende el verismo interpretativo, pues ha creado imágenes maravillosas en sí mismas; que existen y se hacen sentir presentes por su vida interna y no por semejanzas con las del mundo real, pues su valor consiste en la propia existencia, en cuanto a su vida estética.

Roberto J. Cayuso

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