lunes, 22 de febrero de 2010

La paloma


Cuando oigo hablar de palomas, y sobre todo de las blancas, lo primero que me viene a la mente es la paloma como símbolo del Espíritu Santo, o la pureza y sencillez que ella representa. Otras veces la asocio como la portadora de la rama de olivo, es decir, de la paz y la armonía.

Pero en aquella extraña ocasión, al ver aquella paloma muerta y tendida en un camino, vinieron a mi mente dos imágenes que nada tenían que ver con las anteriores. La primera era la paloma como representante del alma del justo, mientras la otra se refería al sacrificio de la misma como objeto de expiación de la ignorancia y la negligencia.

Todos estos pensamientos, más el terrible espectáculo de esa paloma que desguasada y ensangrentada apareció de la nada en medio de un estrecho camino. Me hizo pensar si acaso era yo el justo o el ignorante y negligente, del que hacían referencia viejos textos teológicos. Y allí estaba expiando una culpa la cual no recordaba.

En medio de esas cavilaciones se oyó el tronar de una voz que nos conminaba a detenernos. La cuerda de hombres se detuvo al instante, pues experiencias anteriores nos habían enseñado que cuando el “combatiente” ordenaba algo, lo más prudente era obedecer.

Una vez que nuestro grupo se detuvo vimos como el “combatiente” o “conductor”, como le gustaba que lo llamaran, pasó raudo a través de nosotros, mientras varios de los “suyos” nos rodeaban.

Allí, detenidos bajo el inclemente sol tropical, sucios y llenos del peor temor, ese que se intuye, pero no se ve. Me percaté de que el objeto de toda esa maniobra era producto de los restos de la paloma que, tendida en el camino, con sus alas abiertas parecía indicar que no debíamos pasar.

Justo a unos pocos metros de distancia del premonitorio cadaver nos detuvimos y vimos como el “combatiente” se paró en seco mientras que, a prudente distancia de la paloma y ligeramente inclinado sobre la misma, la miraba arqueando las cejas, mientras sus manos mostraban un leve temblor.

En ese instante comprendimos que el “conductor” se moría de miedo y vacilaba en continuar la marcha. Todo el entrenamiendo recibido durante años, dentro de una ortodoxa educación, totalmente ajena a él, se estrellaba al ser confrontado por una situación contraria a su legado cultural. Y en un instante todos pudimos ver operarse en él algo así como el regreso a sus raices.

Inmediatamente se dio la vuelta y con un breve gesto de su mano nos comunicó que marcháramos, pero esta vez en sentido contrario. Alegres y casi al borde de la euforia, pero en silencio comenzamos a andar sobre nuestras huellas. Sabiendo que al menos hoy nos habíamos librado de un oscuro final, pues más tarde alguien dijo: “del sendero de la paloma no hay retorno”.

Roberto Cayuso

2 comentarios:

  1. Hola!
    Gracias por la invitación a visitar tu blog!!!
    ¡Excelente!esta lleno de bellesa y luz...
    Me gusto mucho...

    ¡Buen fin de semana!

    Cariños

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  2. Precioso tu blog, me encanto. Gracias por la invitación, me pasaré a menudo a verte.
    Saludos

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