miércoles, 2 de diciembre de 2009

Lotería

Ilustración: Alexis Blanco

Desde que se levantó muy temprano sabía que hoy sería su gran día. Todo lo indicaba, pues hasta el cielo le resultaba más despejado y azul de lo que era capaz de recordar en mucho tiempo, lo cual constituía un excelente augurio. Además estaba ese presentimiento que le decía que hoy era el día. Ese día, tan especial como añorado, donde su vida cambiaría de una vez y para siempre.

Así, lleno de ideas positivas, se acicaló, se vistió cuidadósamente sin nada de lujos; pero impecable como lo requería esa cita que cada viernes, y desde hacía años, tenía con el destino.

En el momento de salir de su habitación, y justo unos segundos antes de cerrar la puerta, lanzó una mirada rápida y nerviosa sobre un grupo de cuadros, algunos terminados y otros más o menos manchados, que recostados contra la pared retumbaron al cerrar violentamenta la puerta.

Una vez en la calle pensó tomar un taxi para llegar más rápido, pero al llevar las manos a los bolsillos se percató que debía de caminar; mas se consoló enseguida, pues mientras andaba no sólo rumiaría su pronto éxito, sino que haría un balance de viejos sueños y esperanzas truncadas en su vida como pintor.

A partir de hoy iba a poder prescindir de esa pléyade de clientes morosos, regateadores e insufribles que siempre le pagaban miserias por sus obras. El pensar decirle un adios definitivo a esa mugre colección de usureros, que se hacían llamar coleccionistas, le producía un enorme placer.

Ensimismado en esas cavilaciones llegó a su destino, como quien acude a esa primera cita de amor, con los nervios crispados y un acelerado ritmo cardíaco. Sin pensarlo abrió la puerta del establecimiento y fue directo al empleado de esa popular cafeteria, que atendía la máquina expendedora de boletos de lotería, y le dijo apresuradamente –me da un boleto.- Uniendo la acción a las palabras le dio al empleado un estrujado papel, que sacó de uno de sus bolsillos, en donde estaban escritos los seis números que la noche antes creía le había susurrado al oído algún hado benefactor.

Una vez que le entregaron el boleto, lo asió con fuerza entre sus manos e inmediatamente se sintió el hombre más afortunado del mundo y se dijo a sí mismo que la espera fue larga, pero el final bien valía la pena.

Con la misma premura con la que había entrado al establecimiento, salió del mismo pensando celebrar, de algún modo apropiado y anticipadamente, el gran premio que representaba una suma tan enorme que ni siquiera era capaz de dibujar en su mente.

Apuró el paso, mientras apretaba el pequeño boleto contra su pecho, y decidió ir a casa de un amigo donde pasar las horas que faltaban para que se hiciera público que era él, el único ganador.

Cruzó la calle, casi corriendo, y justo en ese momento sintió un impacto que lo hizo volar. Experimentó el horror del vacío y ese aire caliente que le golpeaba el rostro. Vio su mano abrirse y escaparse entre sus dedos el diminuto boleto que, impulsado por una corriente de aire, subía a lo más alto hasta que lo vio perderse en el infinito azul de la mañana. Mientras se daba cuenta que con su inminente caída se iban juntos boleto, vida y esperanzas.

Roberto J. Cayuso

2 comentarios:

  1. el que nace pa' real no llega a la peseta,,,"esa mugre coleccion de usureros,,,que se hacian llamar coleccionistas",,,,buena frase profesor.excelente historia.

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  2. hola primo soy anabel que gusto me da saber de ti
    dame tu telefono
    un abrazo
    anabel muiña

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